jueves, 4 de marzo de 2010

La profesora

Ésta es la historia de un hombre al que le duele la rodilla. Qué malos son los profesores que no se cansan de escucharse, que se aprenden la lección de memoria y son incapaces de desviarse, por miedo a perder el hilo. (Mi barriga dice que está de acuerdo.)
La gente saca a pasear sus opiniones como si fueran perros, cuando, más bien, son como los gatos. Por eso de volubles, independientes, interesadas… Nadie saca a pasear sus gatos. Sólo un loco como yo lo haría. ¿Algún otro gato que pasear?
Hay una palmera que me ha robado el corazón. Es la alegoría de la soledad en palmera y, por tanto, mi alegoría. La profesora sigue usando palabras cuyo significado desconoce. Como decía, es hermoso mirar esta palmera recostada sobre las aguas del Betis. No todas las personas tienen la suerte de encontrar su alegoría.
Sinceramente, no entiendo a las personas que hacen el trayecto sentadas en el autobús. ¡Lo divertido es ir de pie! Fluir junto al autobús, sentir las curvas en el estómago de ese gusano, bailar a su son, dejarse llevar, no ejercer fuerza y bailar. Creo que nadie está escuchando a la profesora. En otro relato tratamos la diferencia entre mensaje y ruido. Ella es ruido.
Es bueno que tu mejor amigo abra una empresa. Es como un nuevo concepto de negocio. Algo así como un teleamigo. ¿Por qué digo esto? Ni yo mismo lo sé. Pero, cada vez que vayas allí, puedes tener la seguridad de encontrar a tu amigo.
Escribir es como andar. Digo esto porque cuando andamos una pierna lleva a la otra. Lo mismo debería ser la escritura: una palabra debe llevar a otra. Repiquetean las campanas, la profesora se calla, se levanta de la mesa y se va.

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