lunes, 14 de marzo de 2011

El romanticismo en Desde mi celda

1.1. Introducción.

Gustavo Adolfo Bécquer es un poeta y narrador español. Nació en Sevilla en 1836, hijo de padres flamencos. Allí estudió humanidades y pintura, práctica que abandonó por la literatura. En 1854 (con sólo dieciocho años) se marchó a Madrid. En 1857 se infectó con tuberculosis o tisis, enfermedad que le acompañaría hasta su lecho de muerte.
Para reponerse de la molesta enfermedad se trasladó, junto a su hermano Valeriano, al monasterio de Santa María de Veruela, a las faldas del Moncayo. Las nueve cartas que allí escribió fueron publicadas en El Contemporáneo (revista de la que llegaría a ser Director) entre mayo y octubre de 1864.
Como anécdota se puede decir que existió una décima carta, Unida a la muerte, publicada por primera vez en diciembre de 1929 y realizada por Fernando Iglesias Figueroa, el falsificador oficial de Bécquer. Recientemente se ha descubierto que la leyenda es una traducción literal del poema narrativo de Lord Byron: La novia de Abydos, publicado en 1813.

1.2. El romanticismo.

Antes de analizar la obra conviene aclarar el concepto de romanticismo:

El romanticismo proclamaba la libertad artística, como el liberalismo la libertad política: tal fue la primera y superficial semejanza que hizo a muchos decir y creer que el romanticismo era una de las infinitas, aunque remotas, consecuencias del impulso de la Revolución Francesa. Pero lo cierto y averiguado es que el romanticismo alemán, el primero de todos y el que a todos sirvió de modelo, y, en rigor, el único que tuvo verdadera teoría, fue pura y estrictamente reaccionario; fue un movimiento de retroceso hacia la Edad Media, y lejos de haberse engendrado por el contagio de las ideas francesas, nació como protesta del espíritu germánico contra ellas; y lejos de haber renegado del espíritu cristiano, procuró de nuevo encenderle en las almas, yendo a buscar su inspiración hasta en las más candorosas leyendas y en los más infantiles rasgos de la devoción popular (Menéndez Pelayo, 1974: 725).

1.3. Rasgos formales.

a) La concepción romántica del yo como genio individual:

Yo soñaba entonces una vida independiente y dichosa, semejante a la del pájaro, que nace para cantar y Dios le procura de comer; soñaba esa vida tranquila del poeta que irradia con su suave luz de una en otra generación: soñaba que la ciudad que me vio nacer se enorgulleciese con mi nombre, añadiéndolo al brillante catálogo de sus ilustres hijos, y cuando la muerte pusiese un término a mi existencia, me colocasen, para dormir el sueño de oro de la inmortalidad, a la orilla del Betis, al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto adonde iba tantas veces a oír el suave murmullo de sus ondas (Bécquer, 2002: 200).

b) El mundo romántico está abierto a cosas más allá de los sentidos:

Poco a poco comienzo a percibir otra vez, semejante a una armonía confusa, el ruido de las hojas y el murmullo del agua, fresco, sonoro y continuado, a cuyo compás, vago y suave, vuelven a ordenarse las ideas y se van moviendo con más lentitud en una danza cadenciosa, que languidece al par de la música, hasta que, por último, se aguzan unas tras otras, como esos puntos de luz apenas perceptibles que de pequeños nos entreteníamos en ver morir en las pavesas de un papel quemado (Bécquer, 2002: 185).

c) Los personajes románticos son conscientes de que la perfección se les va a escapar:

Después que hube abarcado con una mirada el conjunto de aquel cuadro imposible de reproducir con frases siempre descoloridas y pobres, me senté en un pedrusco, lleno de esa emoción sin ideas que experimentamos siempre que una cosa cualquiera nos impresiona profundamente y parece que nos sobrecoge por su novedad o su hermosura (Bécquer, 2002: 198).

d) La aventura romántica presenta un aspecto de declarado titanismo:

Entre los pensamientos que antes ocupaban mi imaginación y los que aquí han engendrado la soledad y el retiro, se ha trabado una lucha titánica, hasta que, por último, vencidos los primeros por el número y la intensidad de sus contrarios, han ido a refugiarse no sé dónde, porque yo los llamo y no me contestan, los busco y no aparecen (Bécquer, 2002: 180).

e) Los románticos convierten en símbolo a Satán, reflejo de la rebeldía contra el poder establecido:

Mas como no hay felicidad completa en el mundo y el diablo anda de continuo buscando ocasión de hacer mal a sus enemigos, este, sin duda, dispuso que, por muerte de una hermana menor, viuda y pobre, viniese a parar a casa del caritativo cura una sobrina, que él recibió con los brazos abiertos, y a la cual consideró desde aquel punto como apoyo providencial deparado por la bondad divina para consuelo de su vejez (Bécquer, 2002: 263).

f) La literatura romántica está llena de pesimismo, melancolía y desesperación:

No obstante, sea cuestión de poesía, sea que es inherente a la naturaleza frágil del hombre simpatizar con lo que perece y volver los ojos con cierta triste complacencia hasta lo que ya no existe, ello es que en el fondo de mi alma consagro, con una especie de culto, una veneración profunda por todo lo que pertenece al pasado, y las poéticas tradiciones, las derruidas fortalezas, los antiguos usos de nuestra vieja España, tienen para mí todo ese indefinible encanto, esa vaguedad misteriosa de la puesta del sol en un día espléndido, cuyas horas, llenas de emociones, vuelven a pasar por la memoria vestidas de colores y de luz, antes de sepultarse en las tinieblas en que se han de perder para siempre (Bécquer, 2002: 208).

1.4. Conclusiones.

Lo primero que llama la atención es la fluidez de la prosa becqueriana, la leve música que nos acompaña, nos relaja y nos da qué pensar, la belleza de las imágenes, que está fuera de toda duda, o la discreción de las reflexiones que contiene.
Podría pensarse que, con el paso del tiempo, Desde mi celda, como los trajes viejos, se ha ajado y se ha puesto del color del ala de mosca (parafraseando al propio Bécquer). Pero sería cometer una terrible injusticia. Si por algo se caracteriza esta obra es por su vigencia, su actualidad, su atemporalidad.
Se nos presenta como un hito inexcusable del periodismo decimonónico, como un ensayo costumbrista si se prefiere. Pero tras el aparato terminológico se esconde la verdadera esencia del texto: las inquietudes del poeta, su poética, su proceso creativo o la persona, al fin y al cabo, lejos del mito.

1.5. Bibliografía.

Bécquer, Gustavo Adolfo (2002), Desde mi celda, Cátedra, Madrid.
Menéndez Pelayo, M. (1974), Historia de las ideas estéticas en España, CSIC, Madrid.

Acceso directo a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

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