sábado, 14 de agosto de 2010

Luz

A Attilio Manzi

- Hace poco ha entrado en mi vida una chica.
- ¿Y cómo se llama? –preguntó Julián mientras se sacaba un moco.
- Se llama Luz, tiene dieciséis años y parece haber iluminado mi vida.
- Y parece haber iluminado mi vida… –repetía Sergio en tono burlón.
- La conocí mientras me bebía unas cervezas con unos amigos. Apareció como una brisa y encajamos desde el primer momento.
- Apareció como una brisa y encajamos desde el primer momento… –seguía repitiendo Sergio.
- No le hagas caso, es un tocapelotas.
- Discutíamos sobre quién había visto más películas de Woody Allen.
- ¿Y quién ganó? –preguntó Julián mirando el moco concienzudamente.
- Creo que gané yo.
- ¡Menuda mariconada! –espetó Sergio, que quería meterse en la conversación.
- Iba acompañada de dos amigas…
- ¿Dos amigas? –interrumpió Julián. ¿Como nosotros? Tienes que presentárnoslas –dijo antes de llevarse el moco a la boca.
- Se llamaban María y María. Dejando a un lado el parecido nominal, no se parecían en nada. Mientras una estaba entrada en carnes, por así decirlo…
- Vamos, que estaba gorda –interpeló Sergio, que necesitaba una explicación.
- La otra más bien parecía un palillo…
- La gorda para ti, Sergio –apostilló Julián, que ahora tenía el dedo meñique metido en la oreja.
- Entonces urdí un plan: me ligaría a María, la amiga gorda de Luz; para poner celosa a María, la amiga canija de Luz; para poner celosa a Luz. Magnífico, ¿verdad?
- Sí… –asintieron los dos sin mucha convicción.
- Empezó a hacer frío, mucho frío, y la gorda llevaba una camiseta de tirantas tres tallas más pequeña. Yo, como buen caballero…
- ¿Tú buen caballero? –interrumpió Sergio.
- Recuerda que la gorda es para ti –volvió a apostillar Julián, que miraba su dedo meñique impregnado de cera.
- Como decía, le ofrecí mi jersey de doble forro. Y quedó prendada de mí.
- Buah, te has ligado a una gorda. Qué asco –dijo Sergio, que venía de recoger una lata.
- Era por una buena causa, ya lo sabes. La cuestión. Se nos hizo tarde, muy tarde, y ofrecí mi casa para ver una película.
- ¿Y qué pusiste? –preguntó Julián en un inesperado arrebato cinéfilo.
- Crack: Veneno en la sangre, una buena película de acción.
- ¡Menuda mierda! –sentenció Sergio, antes de pegarle una patada a la lata.
- ¿Y qué esperabas? ¿Qué pusiera Casablanca a las amigas tontas de Luz? O mejor, ¿Ciudadano Kane? Era inviable. Aunque, ahora que lo pienso, El Padrino hubiera sido una buena opción.
- El Padrino. Qué gran película –dijo Julián metiéndose el dedo meñique en la boca.
- ¿Y qué, te ligaste a la gorda?
- Mientras veíamos la película, le metí mano.
- Jajajajaja… –estallaron los tres al unísono.
- Pero ahí no queda la cosa. Mientras le metía mano, conseguí pellizcar el culo de la canija…
- Eres un inmoral, Dani –determinó Sergio, que se había agachado para recoger la lata.
- Entonces la gorda empezó a ponerse cariñosa y ofreció sus labios a los míos. ¿Sabéis lo que era eso? Era algo dantesco.
- ¿Y qué hiciste?
- Pasé de ella.
- ¿Que pasaste de ella?
- Jajajajaja… –volvieron a estallar los tres.
- Había conseguido mi propósito. La canija se había puesto celosa.
- Eres una mala persona, Dani –determinó Sergio, después de mirar por el orificio de la lata.
- Lo sé. La fiesta continuó en casa de Luz. Me dijo que llevara algunas películas. Así que metí en la maleta Ichi the Killer, neo punk japonés; El club de la lucha, peliculón donde los haya; y La naranja mecánica, la joya de la corona.
- ¿La joya de la corona? ¿Pero qué dices, tío? Si se come el último capítulo de la novela de Burgess. La joya de la corona dice…
- Cállate, Sergio. Sigue, Dani –dispuso Julián, que acababa de tirarse un pedo.
- No voy a entrar en detalles de cómo seduje o dejé de seducir a la amiga canija de Luz. Sólo diré que era virgen y yo esas cosas me las tomo muy en serio. No me parece correcto desvirgar a una joven por la que no siento absolutamente nada.
- Me parece correcto –aprobó Sergio.
- Como anécdota os diré que mientras le besaba el pezón izquierdo me tragué un pelo.
- ¿Un pelo?
- Sí, sí, un pelo.
- Jajajajaja… –Sergio y Julián lloraban de risa.
- Panda de cabrones… Pues ahora no os cuento cómo acaba la historia.
- Ey, tío, no nos puedes hacer esto –dijo Julián enjugándose las lágrimas.
- ¿Que no? Se ha hecho tarde. Mañana nos vemos –se despidió.

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